Si yo fuera…
Si yo fuera uno de
ellos, relajadamente sentado en un sillón de orejeras de cuero viejo, mientras
escucho distraídamente el crepitar del fuego en la chimenea matizado por las
variaciones Goldberg interpretadas por los dedos de Glenn Gould. Si yo fuera
uno de ellos, disfrutando del retrogusto del último sorbo del Courvoisier que
se decanta en una copa de cristal de Bohemia sostenida por la mano iluminada
tenuemente por los reflejos de la esfera de un Patek Philippe. Si, en
definitiva, fuera uno de ellos, cualquiera de ellos, experimentaría un profundo
sentimiento de paz, tranquilidad y seguridad, sabiendo que, a pesar de sus
esfuerzos, torpes a veces, mezquinos otras, podré seguir disfrutando de momentos
como ese y de otros más intensos y alocados.
Eso es lo que
sentiría si fuera uno de ellos y contemplara desde una distancia vertical la
compulsiva eclosión de partidos, agrupaciones de electores y plataformas varias,
que tras el desánimo, la incertidumbre o simplemente la desesperación de muchos,
se presentan ante toda esa marea de indignados, desahuciados, desengañados y
renegados, como los adalides de la izquierda, la auténtica, la transformadora,
la que será capaz de cambiar el mundo.
Y eso, cuando se
titulan abierta y descaradamente de izquierda, porque si yo fuera uno de ellos,
tendría también ese profundo sentimiento de paz, tranquilidad y seguridad
viendo cómo los de siempre y los recién llegados se baten el cobre para
conquistar ese vórtice que lleva al centro o a la centralidad, no se sabe muy
bien si nacida de la equidistancia o del promedio, ignorando conscientemente
que no hay tanta centralidad para tantos contendientes.
Sin embargo, lo que
ocurre tan sólo me produce ese sentimiento beligerante de intranquilidad e
inseguridad que provoca la decepción de comprobar que ni la Historia es lineal,
ni la voluntad de unos pocos suficiente para torcer su rumbo.
Sea como fuere, la
brisa de este otoño de berrea nos arrima una vez más a los olores ya conocidos.
Parece como si el aire se empeñara en susurrarnos que el mundo va a seguir en
la misma órbita, porque es necesario, aconsejable o inevitable.
Habría que
agradecer al Presidente que nos haya convocado unos días antes de las fiestas
navideñas, cuando las burbujas, los niños de San Ildefonso, el turrón, la
charanga y la pandereta, nos dan ánimos y fuerzas para renovar esos eternos
deseos de cambio que nos prometemos cada año que comienza.
Y
así hasta la próxima. O hasta que las circunstancias, o la tan manida correlación
de fuerzas y condiciones objetivas, confluyan con quienes estén dispuestos a
renunciar a su protagonismo personal, rigidez analítica o intereses
inconfesables y sean capaces de proponer alternativas justas y posibles que
seduzcan a una ciudadanía agotada de esperar que la representación del
escenario sea una obra diferente.